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PROMETEO


La ciencia, hija predilecta de la curiosidad, se nutre de las insaciables preguntas que retumban dentro de nuestras conciencias, preguntas que han de ser tan viejas como la humanidad misma. Algunas de fácil respuesta, otras requieren de un camino más elaborado para alcanzar la divina verdad, existen aquellas respondidas por accidente y formuladas sin pensar, que destronan pilares inamovibles de la realidad. En las sobras de la indagación, habitan unas pocas que nos han acompañado siempre, utopías de respuestas inalcanzables, misterios supremos que se proclaman motor de nuestro conocimiento y deciden otorgar gloria a aquél escogido para desencriptarlas.

La luz y su origen, tantas veces entrelazado al inicio mismo del cosmos, consolidó el título de misterio supremo desde la antigüedad. Las referencias constantes dentro de la mitología de las culturas antiguas y el deseo latente de dar explicación científica a su comportamiento llevó a la luz a ser foco constante de análisis y experimentación de brillantez pensadores como Newton, Faraday, Mesmer, Oersted, etc. Realizando importantes avances como la propuesta de Newton de ver a a luz como corriente de partículas discretas y su descomposición de la luz blanca en colores mediante un prisma, pero finalmente estas hipótesis no terminaban de encontrar forma.

Un misterio tan enigmático y esquivo, debía de ser develado por un hombre que conviviese con ellos. James Clerk Maxwell fue un físico británico excepcional, poseído por el deseo de saber desde muy niño: “Era humillante — recordaba más tarde su tía Jane— la cantidad de preguntas que hacía aquel niño y que no podías contestar.” Su interés principal fue la relación latente entre magnetismo y electricidad que enunciaban los experimentos de Faraday y Oersted; por tanto logró condensar con algoritmos matemáticos todos los fenómenos físicos enunciados en la experimentación para darle paso a la creación de sus cuatro ecuaciones, que daban a luz la interacción directa entre campos magnéticos y corrientes eléctricas.

Hasta este momento el mérito máximo de Maxwell había sido resumir los años de trabajo de la comunidad científica para la explicación de dichos fenómenos en cuatro simples ecuaciones, a partir de allí, y movido por el ideal de un universo estético, descubrió que sus ecuaciones dictaminaban en el vacío una onda que se propagaba a la velocidad de la luz, ya calculada. Había nacido el electromagnetismo como teoría que explicaba de manera acertada el comportamiento de la luz y su origen, definiéndola como una onda electromagnética derivada de la unión de un campo magnético y eléctrico vibrando de manera perpendicular entre sí, que se propaga a través del vacío, con propiedades que pueden ser medidas como la longitud de onda y la frecuencia dentro del espectro electromagnético; dando explicación a los colores y generando la revolución tecnológica del uso de diferentes frecuencias de la luz para transmitir información (radio, celulares, televisión, etc.)

El propio Maxwell se quedó perplejo ante los resultados. Haciendo uso de las palabras de Sagan sabemos que Albert Einstein, meditando años después sobre el descubrimiento de Maxwell, escribió: «A pocos hombres en el mundo les ha sido concedida una experiencia así.» La curiosidad, causa suprema del descubrimiento, había permitido entrar a un hombre en el olimpo de los misterios, Maxwell trajo a nosotros nuevamente la luz y, como en la antigua Grecia, con ella propagó el conocimiento entre los hombres.

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