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EL MAL BLANCO

“Cuantos ciegos serán precisos para hacer una ceguera” - José Saramago

La necesidad del hombre por explicar lo que pasa a su alrededor está inscrita en su esencia, “el hombre es el ser que preguntar por el ser y, por lo mismo, por su modo de ser en el mundo, por su existencia” [1]; como consecuencia de esta necesidad la humanidad a través del tiempo ha desarrollado diversas maneras de interpretar su entorno, estas pueden ser resumidas, según Mèlich [1], en mínimo cuatro modos de aprehensión de la realidad objetual, los cuales son: la religión, la ciencia, el arte y la filosofía. A través de estas formas de conocimiento el ser humano ha logrado no solo interpretar y entender algunos fenómenos de su alrededor, sino darle explicación al origen y funcionamiento de los mismos.


Desde la antigüedad uno de los espacios presentes en el desarrollo de la humanidad que más ha despertado la curiosidad de los hombres es el cielo, la bóveda celeste ha sido objeto de estudio dentro de los cuatro modos de conocimiento; siendo fuente de inspiración dentro de las artes, concepto natural propio de reflexión en la filosofía, idea de representación divina en la religión y objeto de estudio dentro de las ciencias. Algunos ejemplos de lo enunciado anteriormente son las percepciones de distintas civilizaciones antiguas en torno al cielo y como se han desarrollado conclusiones a partir de métodos empíricos con base sensorial definidos por cada una de ellas, como lo son: El calendario Maya, la creación del concepto del ying y el yang en el imperio chino y la descripción de la tierra y el cosmos en la antigua Grecia. Estas conclusiones han enriquecido cada uno de los modos de conocer, entre ellos la ciencia, que bajo la batuta de la observación empírica determinó deducciones verídicas comprobadas bajo el método científico de hoy día.


Debido al creciente desarrollo experimentado por la humanidad, la manera de percibir el mundo por parte del hombre ha variado, ya que la experiencia directa de los sentidos con el entorno ha sido reducida por las herramientas tecnológicas, lo que conlleva a que los métodos de búsqueda de conocimiento cambien junto con la percepción de la realidad objetual. Este fenómeno se hace claro en la manera como se percibe el cielo en la cotidianidad: en la antigüedad era necesario conocimiento básico de constelaciones celestes para poder ubicarse mediante la observación del cielo nocturno, hoy en día solo es necesario tener integrado en el celular un sistema GPS que codifica y muestra la posición exacta de la ubicación de cualquier persona, sin la necesidad siquiera de la observación directa, por tanto la contemplación de la bóveda celeste con un fin específico ha sido relegada por el uso de una herramienta tecnológica.


Dentro de los cuatro modos de conocer la alteración más notoria se ha dado en la ciencia, ya que, a partir de la consolidación del método científico, y basándose en los éxitos de sus predicciones, se asumió como único medio para alcanzar conclusiones verídicas al tecnicismo científico, lo que genera la imposición de la ciencia sobre la religión, el arte y la filosofía. Ejemplo de lo enunciado anteriormente son las actitudes escépticas de la sociedad ante la influencia de las fases lunares en distintos ámbitos de la vida, es decir, en la actualidad basar las actividades de la agricultura en el régimen dictado por el tiempo lunar no solo es poco común, sino es considerado un “agüero”, simple superstición; solo es necesario seguir la dirección enunciada por los cálculos de productividad, desechando años de observación y tradición por tecnicismo científico.


La brecha generada a partir de la imposición del método científico por sobre los demás métodos de conocimiento ha traído consigo serias consecuencias tanto para la sociedad como para la ciencia, dentro de dichas consecuencias se encuentra la segregación del conocimiento, es decir, la ciencia se ha privado de interactuar con el arte, la filosofía y la religión, limitando su visión respecto a la realidad y por tanto reduciendo las posibilidades de enriquecer su modo de aprehensión, lo que no le permite tener un acercamiento profundo de sus objetos de estudio. Los conocimientos adquiridos por la civilización maya en el periodo prehispánico, más específicamente su calendario (conocido como uno de los más exactos que existen) y la imposición del calendario occidental por medio de la colonización, es un claro ejemplo de como el afán de implantar la ciencia sobre los demás métodos de aprehensión de la realidad objetual, puede no solo excluir y desmeritar conocimiento importante adquirido por métodos igualmente válidos que él científico, sino retroceder el desarrollo del mismo.


En la actualidad preguntas como: ¿cuál es el sentido de la vida?, ¿qué es el amor? y ¿cómo alcanzar la felicidad?, hacen parte de un sinfín de interrogantes que no pueden ser resueltos únicamente por medio de la ciencia, pero que forman un papel importante de las realidades humanas. Sin embargo, las conclusiones alcanzadas como solución de estos cuestionamientos no son consideradas “válidas” ni verdaderas, debido a la brecha entre la ciencia y los demás modos de conocer, lo cual causa la desvalorización del conocimiento no científico, desvirtuando las realidades del hombre que no sean explicadas mediante el método científico.

A partir de las graves consecuencias sociales que ha generado la problemática enunciada anteriormente se hace necesario cuestionar y preguntarse: ¿es el método científico el único válido para alcanzar conclusiones veraces? ¿La ciencia es el único conocimiento verdadero?, y ¿Se puede llegar a conclusiones científicas por métodos ajenos a la ciencia?

Referencias:

[1].Mèlich, J. (1994). Filosofía y ciencia humanas. En J. Mèlich, del extraño al cómplice: la educación en la vida cotidiana. (pp21-44). Barcelona: Anthropos.

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